Y entraron las libélulas para dar luz al estropicio de bisagras oxidadas, cristales rotos y repisas abatidas. Como sombras sedientas, los bichos desordenaron la noche con su pandemonio de intermitencias ardorosas. Hasta entonces...
El sombrero le daba una sombra asombrosa. Miró en derredor, encendió un cigarro, controló el tambor con las dos balas frescas y callado cruzó la calle. Lo habían animado con un cheque de cuatro ceros...